En una entrevista reproducida en panorama.com.ve (12 abril 2016) Howard Gardner denomina “inerciales” a aquellos estudiantes y profesionales que se dejan “llevar por la inercia social … (van) a la universidad, porque es lo que toca tras la secundaria; y a trabajar, porque es lo que toca tras la universidad…, pero sin darlo todo nunca”. Leí la entrevista cuando aún me encontraba puliendo este artículo. De modo que decidí volver a mirar lo avanzado a la luz de los conceptos siempre inspiradores de Gardner.
A lo largo de nuestra vida y, naturalmente de la carrera profesional, debemos enfrentar valores que nos impulsan y a los que adherimos pero que compiten entre sí. Relajarse con los amigos versus hacer una tarea que requiere ese tiempo, unas horas más en el trabajo versus disfrutar más tiempo con la familia, dedicar múltiples horas a la semana durante más de dos años a culminar mi Maestría versus usar (o capitalizar) esas cerca de 1,000 horas en otras cosas, son unos cuantos ejemplos de los miles de momentos que nos ponen frente a decisiones en los que debemos optar por uno de ellos, a veces por uno, a veces por otro. Desde pequeños, la forma favorita de decidir va proyectando nuestros siguientes pasos y, si no existieran fuerzas que obliguen a cambios radicales, dominaran nuestro estilo de ser. Cómo vamos resolviendo estos momentos en los que dos o más valores compiten por producir conductas, tiene una importancia capital en la gestión y el progreso de la carrera. Aunque una buena parte de las decisiones tiene la fuente en nuestra visión de vida -cualesquiera que fuera- hay otra parte que se modela por los hábitos, usos y costumbres, hasta que llega el momento en que la competencia entre valores deja de existir o pasa a un segundo plano. Cuando prima el disfrute del hoy, a veces, sólo a veces, retornan como remordimientos, auto-recriminaciones, lamentos, sentimientos de culpa, reflexiones al paso – “que hubiera pasado si” – o algún otro análisis que actúa cual píldora que calma momentáneamente esos sentimientos encontrados.
El principal problema es dejarse dominar por lo que aparenta ser estable, nos gusta, nos acomoda, nos hace sentir bien, pero, ¡oh, peligro!, cobija la conservación del “Statu Quo” como estado natural permanente. Puede ser que la “estabilidad” se confunda con estar sobre una tabla sólida en mar tranquilo que parece que no se mueve, aunque en realidad si lo está haciendo pues no solamente muchos pasan raudos por nuestros costados, sino que, sin sentirlo, la ley de la gravedad va moviendo hacia abajo la punta. Muchos se dan cuenta cuando ya es irremediable que termine por hundirse.
La esperanza, la ilusión y sentir que tenemos una Misión (con mayúscula) en la vida son la fuente primaria del querer “ser más”, “hacer más”, “lograr más”. Nutre la ambición -un término que a veces suena mal en la cultura latina pero que es uno de los más poderosos activadores de conducta- y moviliza y sostiene la energía. Esa forma de sentir puede comenzar muy tempranamente en nuestra vida o encontrarla en el camino, de ahí que en otro artículo sostuve que las fronteras de la carrera son imprecisas y móviles. Pero esperanza, ilusión y sentido de Misión, no son suficientes. La vida y la carrera profesional pondrán a prueba múltiples características personales y capacidades de respuesta que, a veces, desconocíamos en nosotros.
Si bien la ambición –mejor si es sentido de “Misión”- es un activador crucial y puede dar inicio a iniciativas estratégicas en nuestra vida, estas se sostienen con pasión y energía psicológica (vitalidad interna y espiritual) que nos da el sentido de urgencia, que nos hace mover en varias direcciones a la vez, que nos hace redoblar el paso. Pero, en el camino otras capacidades serán requeridas: la constancia, el tesón, la perseverancia son fortalezas que nos protegen de aquello que parece difícil lograr. Algunos caen en esta etapa. Quedan en el camino con esperanzas que “pudieron ser”. Otros, superan las circunstancias adversas y muestran nuevos rasgos: la resiliencia y la actitud emprendedora. La primera es esa capacidad que nos permite levantarnos de los fracasos y seguir adelante. La segunda, es energía psicológica enfocada en buscar caminos y recursos alternos que nos permita superar las limitaciones. Llega un momento en el que ser una persona de “logro” se instala como condición natural en nuestra vida. Comenzamos a recorrer y disfrutar una y otra vez ese camino. Hemos aprendido “cómo hacerlo”. Y, comenzamos a ver oportunidades en donde otros no ven nada, o muy poco. Y es que otras cualidades se han ido forjando y fortaleciendo en el recorrido. Trabajar con una autoestima robustecida, tener una mente abierta y vigilante, aceptar que el riesgo es parte del juego, trabajar en condiciones que encierran incertidumbres, saber apoyarnos en las competencias y recursos de otros, son sólo unas cuantas características que el haber sabido procesar las experiencias las ha convertido en aprendizaje permanente.
Repasa estas características y respóndete a ti mismo: ¿eres una persona de logro? Una rápida evaluación de las características mencionadas en este artículo te acercará a esa respuesta y, capaz, te permita identificar las brechas. Claro, sólo si te interesa y motiva ser “persona de logro”.
Gracias Carlos!!